Nerviosa, como era su costumbre, Irma Lizett Ibarra entró a la oficina y dijo que tenía algo importante que contar.
Llegó acompañada de un hombre de baja estatura al que identificó como su abogado. Traía un maletín y un miedo que transpiraba por todos los poros.
Alta, todavía guapa, con huellas de la belleza que algún día la llevó a ganar el certamen de Señorita Jalisco, Irma Lizett Ibarra con su desparpajo habitual en el hablar, simplemente dejó caer las palabras:
— Me van a matar. Si quisieran detenerme ya lo hubieran hecho. Me van a matar.
La cita fue para que publicara en el periódico Crónica del que era corresponsal, la historia que me iba a contar.
Me buscó en marzo, y en julio de hace cuatro años, se cumplió el anuncio de Irma. Fue acribillada.
Su visita a la oficina fue apenas un mes después de que el general Jesús Gutiérrez Rebollo fuera detenido por presuntos nexos con el narcotraficante Amado Carrillo Fuentes.
Quería hablar de ese tema, del narco y lo que conoció. Quería hacerlo, dijo, porque revelarlo todo sería una forma de protegerse.
Comenzó a fumar nerviosa y entonces abrió el maletín de donde sacó algunos documentos. Me mostró la famosa carta notariada que tras su muerte diera a conocer la PGR donde avisaba al general Gutiérrez Rebollo que Eduardo González Quirarte,era el brazo derecho de Amado Carrillo.
Me la leyó en forma apresurada, atropellada como era ella. Le advertía al general que la persona con la que tenía tratos, es decir, González Quirarte, no era de fiar ya que tenía nexos con Amado Carrillo, aunque se cuidó de explicar de dónde lo sabía.
— Perdóname pero estoy muy nerviosa – se interrumpió mientras iba a revisar por tercera ocasión que la puerta estuviera bien cerrada.
Del maletín, Irma extrajo unas facturas que amparaban la compra de unas camionetas y me mostró la firma original de Eduardo González Quirarte. Eran vehículos supuestamente para trasladar el maíz que se sembraba en las tierras que la base aérea militar le rentaba a su padre.
¿Por qué los tenía ella?, no me quiso decir, solamente sonrió.
Me contó que por la relación afectiva que tuvo con el general Vinicio Santoyo, ex comandante de la XV zona militar y exdirector de los Colegios Militares, tuvo acceso a mucha información incluso comprometedora para el mismo Ejército.
Me confirmó que organizó fiestas para militares y que el propio González Quirarte llegó a contratar los servicios de banquete de un familiar.
—¿Tú conoces o has tenido tratos con Amado Carrillo? –le pregunté en aquella ocasión.
— Prefiero no contestar tu pregunta –fue su respuesta.
Además de las facturas y la carta, Irma dijo que tenía otros documentos.
Entre ellos, una invitación y fotografías de una boda que se realizó en el rancho Los Camichines, propiedad de González Quirarte.
La boda fue de León Zedillo, primo del entonces presidente Ernesto Zedillo. En las fotografías, aparecía un hombre al que Irma identificó como al primo del presidente abrazado del propio González Quirarte apodado “El Flaco”.
Mostró también la invitación de la boda.
Me contó que “El Flaco”, ejercía el mando de su familia. Me dijo que le tocó asistir a algunas reuniones familiares en las que él era el centro de atención.
Las mujeres llegaban a bordo de camionetas de lujo, aunque en lo personal le parecía que vestían con mal gusto.
Por sus amigos militares, Irma aseguró que se enteró de los malos pasos en los que andaba Eduardo y que se lo informó a Gutiérrez Rebollo, pero éste minimizó la información. Posteriormente tomó la determinación de redactar con su puño y letra la famosa carta que presentó ante un notario antes de enviarla a Gutiérrez Rebollo.
Cuando éste fue detenido, Irma Lizett se volvió más nerviosa de lo habitual.
Ella pensó que iba a ser detenida inmediatamente por la información valiosa que poseía, pero conforme pasaban los días y ni siquiera era llamada a declarar, comenzó a sospechar que iban a matarla.
Me dijo que lo lógico habría sido su detención, pero que ahora estaba segura que la iban a asesinar.
— No les conviene que hable. No les conviene que platique de lo que veía en las fiestas a la que asistían todo tipo de personas...
— Pero ¿qué tipo de información?
— De militares. De militares con fiestas y droga. De militares vestidos de mujer y jugando a las muñecas. Yo estuve ahí. Algunos de estos militares tienen buenos puestos ahorita...
La entrevista terminó atropellada como empezó. Me pidió que publicara en Crónica el material para de esta forma protegerse y que no la mataran.
Le dije que al contrario, me parecía que si se quedaba callada a lo mejor ni caso le hacían. Sin mas datos en esa época, le dije que el relato parecía increible.
Irma rectificó al final y me pidió que no publicara nada.
Meses después, el semanario Proceso daría a conocer documentos de Inteligencia Militar que revelaban que la mujer era un contacto del ejército con narcotraficantes, entre ellos Ernesto Fonseca Carrillo, “Don Neto” y Amado Carrillo Fuentes.
Unos días antes de su muerte en julio del 97, Irma buscó a varios periodistas para fijar su posición en torno a lo publicado. Buscó al propio corresponsal de Proceso Felipe Cobián, según me confirmaría él después; y también me buscó a mí.
Un día antes de su asesinato, encontré un recado suyo que le urgía hablar conmigo para entregarme los documentos. Pero no dejó teléfono alguno para encontrarla.
Al día siguiente por la tarde, me avisaron que un par de sujetos en una motocicleta la acribillaron mientras iba a la Facultad de Derecho de la Universidad de Guadalajara.
El famoso manuscrito que me había enseñado en marzo era ahora exhibido por el Procurador General de la República...
De aquel episodio de la muerte de Irma han pasado cuatro largos años y todavía no hay claridad en las investigaciones. Porque no hubo investigaciones.
Irma dio instrucciones al abogado que la acompañaba para que en caso de que algo le pasara, me entregara una copia de todos los documentos y fotografías que me mostró.
Ese abogado también fue asesinado, sin que cumpliera el encargo de Irma.
Un mes antes de su muerte, el abogado Tomás Arturo González Velázquez, narró al reportero la misma historia que ahora que contará Julio Scherer en su nuevo libro, “Máxima Seguridad”, y que adelanta Proceso.
La entrevista fue en dos lugares diferentes: en su oficina y en el departamento al que llegamos luego de muchas vueltas supuestamente para despistar a quien lo pudiera seguir. Luego sabría que aquello no fue exagerado.
Tomás Arturo, quien fuera abogado del general hasta diciembre de 1997, explicó que en gran medida la detención de Gutiérrez Rebollo se debió a fricciones que tuvo con el general secretario Enrique Cervantes Aguirre por haber realizado investigaciones que involucraban a la familia de Nilda Patricia, esposa del presidente Zedillo, con los presuntos narcos Amezcua Contreras.
Asegura que a través de Inteligencia Militar cuando Gutiérrez Rebollo era el comandante de la V Región Militar, interceptaron grabaciones donde los Amezcua entre otros asuntos, daban instrucciones al padre de Nilda, Fernando Velasco, para realizar algunas diligencias.
Tomás Arturo dijo que tenía doce audiocasetes con estas conversaciones, aunque solamente colocó en la grabadora uno para que el reportero escuchara.
En dicha cinta, un personaje al que González Velázquez identifica como uno de los Amezcua, pide a “Don Fernando” que intervenga con un “pinche” notario que no quería realizarles un trámite.
La voz identificada como “Don Fernando” ofrece inmediatamente resolver el asunto.
La polémica por las doce cintas fue también la causa por la cual el abogado dejó la defensa de Gutiérrez Rebollo por fricciones con el resto del equipo de defensa.
Según Tomás Arturo, él quería mostrar las cintas y otros documentos, como pruebas de descargo a favor del detenido a lo cual se oponían los demás profesionistas, “tal vez por temor al presidente”, expuso.
Según el abogado, los supuestos nexos del general Gutiérrez Rebollo con narcos no son más que parte de una estrategia de infiltración que había realizado desde el ejército y en la cual se topó con familiares del entonces presidente Zedillo.
De ahí vino la que llamó una venganza.
Tres días antes de su muerte, en un encuentro casual, el 18 de abril de 1998, Tomás confió al reportero que durante tres semanas permaneció escondido por temor a ser asesinado:
“Estuve ‘encuevado’. Mis amigos me dijeron que había un grupo especial que vino de la ciudad de México a buscarme. Venían por mí. Por eso me oculté, pero me dijeron que ya se fueron. Por eso salí”.
En un restaurante de Guadalajara el abogado prometió al reportero mostrar copias de los documentos enviados al secretario de la defensa por parte de Gutiérrez Rebollo donde narraban la infiltración que hicieron del cártel de Amado Carrillo.
“Te los voy a mostrar en unos días más pero no publiques nada porque me matan”, advirtió.
— ¿Quién te avisó que te andaban buscando?
“Mis amigos de la DEA, de Estados Unidos”.
— ¿Este grupo de México venía a detenerte?
“No. Venían a matarme. Pero me dijeron que ya se fueron”.
Tres días después del encuentro el abogado fue asesinado a la salida de sus oficinas en Colonias y La Paz, en Guadalajara.